Si a la postre, como parece, todo es logos y no hay más referencia que la que arde ni más sustento que el de nuestra propia nada… ¿Por qué ese empeño en deglutir una realidad que, en sí misma, no es más consistente que el concepto que la acoge?
Entumecidos de verdad, legiones de mesías vienen predicando desde hace años con su propio ejemplo y marchamos como cine honesto, cine comprometido o cine social se han hecho hoy habituales en cualquier historia de la cinematografía moderna.
Pero, ¿hasta qué punto es honesto el cine honesto?
Cuentan que Palamedes, el ingenioso caudillo aqueo, tras ser acusado injustamente por el rencoroso Odiseo de traición, argumentó en su defensa que puesto que a falta de cualquier comprobación de lo realmente ocurrido, nadie podría confirmar nunca los hechos que se le imputaban, los jueces debían basar su veredicto en la dudosa verosimilitud de las acusaciones y en la limpidez de su currículum. Tras las oportunas deliberaciones los griegos decidieron y el héroe fue lapidado.
¿Debiéramos nosostros salvaguardar, entonces, un cine entregado a una causa, la verdad, a todas luces hipócrita y falsa?
Podría decirse que Palamedes era inocente. Nunca se entrevistó con troyano alguno ni recibió oro a cambio de información. Podría aducirse también que “la verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero” (frase, por cierto, injustamente atribuida a Machado, pues él la utilizó sólo para refutarla) pero aun así no aclararíamos el hecho de que el arte, y el cine sin duda lo es, no tiene otro progenitor que él mismo.
¿Cine honesto? Cine comprometido con el cine. Nada más. Nada menos.
Entumecidos de verdad, legiones de mesías vienen predicando desde hace años con su propio ejemplo y marchamos como cine honesto, cine comprometido o cine social se han hecho hoy habituales en cualquier historia de la cinematografía moderna.
Pero, ¿hasta qué punto es honesto el cine honesto?
Cuentan que Palamedes, el ingenioso caudillo aqueo, tras ser acusado injustamente por el rencoroso Odiseo de traición, argumentó en su defensa que puesto que a falta de cualquier comprobación de lo realmente ocurrido, nadie podría confirmar nunca los hechos que se le imputaban, los jueces debían basar su veredicto en la dudosa verosimilitud de las acusaciones y en la limpidez de su currículum. Tras las oportunas deliberaciones los griegos decidieron y el héroe fue lapidado.
¿Debiéramos nosostros salvaguardar, entonces, un cine entregado a una causa, la verdad, a todas luces hipócrita y falsa?
Podría decirse que Palamedes era inocente. Nunca se entrevistó con troyano alguno ni recibió oro a cambio de información. Podría aducirse también que “la verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero” (frase, por cierto, injustamente atribuida a Machado, pues él la utilizó sólo para refutarla) pero aun así no aclararíamos el hecho de que el arte, y el cine sin duda lo es, no tiene otro progenitor que él mismo.
¿Cine honesto? Cine comprometido con el cine. Nada más. Nada menos.
M.V.
3 comentarios:
y es que el arte debe ser sobre todo artístico, nunca una barricada, ni una barriada, ni una burrita. Otra cosa sería conseguir extraer los aromas del arte de la horrorosa estupidez de la barra de un bar.
Conozco una barra de bar que no es tan estúpida.
¡cómo la echo de menos! Tanto como al arte honesto...
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