3 de marzo de 2008

Montero Glez, desde los tejados


No es blasfemia concebir la literatura actual como un campo de batalla colonizado por reatas de escritores que aportan nada y que siembran sus tierras fértiles con historias un poco mantecosas, bastante complacientes. Uno, que va observando día a día cómo se cohesiona su panorámica, se complace cuando descubre que desde los tejados un francotirador amenaza a cañonazo limpio la estética vigente, la narrativa vigente, la vigencia de artículos en franco estado de descomposición. En la labor de Montero Glez se cuelgan tres novelas, Sed de champán (2002), Cuando la noche obliga (2003) y Manteca colorá (2005), un blog combativo y varias entrevistas en la prensa en las que afirma que es el escritor más pimpollo del panorama literario español. En sus novelas encontramos historias de pasiones y personajes de inclinaciones primitivas, con una clara vocación por los actos violentos en los que no se escatima el horror, la sangre o el sexo descarnado, configurándose en su obra, en última instancia, una estética tremendista de los bajos instintos humanos de nítido origen vallinclanesco. Es tal vez que piense que sus personajes hablan en jerga chulesca, emputecen la sonrisa y tienen ojos de carbón mojado. Es tal vez que piense que su prosa contundente me asombra y que su humor grueso me descojona. Él asegura que sus referentes están en las novelas de quiosco, en Marcial Lafuente Estefanía. Su oficio es ametrallar desde los tejados. Seguramente la niña de Rajoy nunca lo leerá, ni tampoco nadie de su cúpula, pero yo me siento muy orgulloso de haber nacido en su mismo barrio.

J.C.

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