10 de junio de 2008

Laurence

Hay gentes que se plantan a las primeras de cambio, no piden más cartas, se conforman con una mustia pareja para ir tirando e invierten su tiempo en sacarle lustre, pasearla los domingos y fiestas de guardar, formar una buena familia, una familia como dios manda, de sólidos valores y fidelidades inquebrantables, con la esperanza de que los retoños medren y sean ciudadanos de provecho, gentes que echan raíces donde les plantan y acaban sus días con manos sarmentosas y planta genuflexa mientras escuchan el responso del vicario y los más allegados vierten unas piadosas lágrimas por tan irreparable pérdida. No seré yo quien lo critique, allá cada cual, ya quedaron atrás los tiempos inquisitoriales y, bien mirado, debe de ser reconfortante gozar del sentimiento tribal, de la filiación clánica. Son gentes partidarias del orden, los colegios de pago, la misa de doce y el vermú de la una, con su oliva o su guinda, no seamos dogmáticos ni nos la cojamos con papel de fumar, de compras en El Corte Inglés y apartamento en la playa, con conocidos de toda la vida con los que echan una partida en la sobremesa, para matar el rato, aderezada con algún que otro pícaro comentario, alguna frase subidita de tono, pero sin excesos.

Y luego está la gente como Laurence, nuestra Lau, romántica viajera, que nos vino de la France y se nos va a la India, siempre de paso, firmemente convencida de que cualquier lugar es bueno para marcharse, otras gentes, otros cielos, otros aires, poner de nuevo a cero los cronómetros, decir no es eso, no es eso, y seguir buscando, abriéndose paso entre la niebla, no importa el país ni el continente, sin perder la compostura, con la elegancia innata de los que saben que el resultado está escrito de antemano pero deciden jugar la partida como si todavía hubiera esperanza, viajando con una bolsa de equipaje casi vacía, un par de mudas, un abrigo, ya se sabe que el tiempo es variable, alguna blusa, algún pantalón, y media docena de sonrisas, las sonrisas sirven lo mismo para un roto que para un descosido, para apaciguar al policía en la aduana, para invertir el gesto del casero, para ablandar el rostro de mármol del burócrata.

Somos legión los que te echaremos de menos, ese acento levemente gutural con que nos desarmas, tu rostro limpio, tu mirada frontal, la manera con que firmas en el vacío tus cheques sentimentales, la generosidad con la que nos invitas a unas raciones de felicidad en tu casa de El Atazar, la valentía con que desprecias las autopistas y te echas a caminar sin importarte los pronósticos meteorológicos ni los paneles que nos recuerdan que nos pongamos el cinturón, no sé si se refieren al de castidad. Ha sido preciso que estés a punto de irte, en fin, el puto pudor, para que te digamos lo obvio, que te queremos. Buen viaje, amiga. Au revoir.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Sin comentarios.

Anónimo dijo...

¿Sin cometarios?

Anónimo dijo...

Sin cometarios,no, sin comeNtarios, que quiere decir que "muy emotiva y entrañable despedida", que todo hay que decirlo. Si me despidieran así, yo ya no me querría ir.

Anónimo dijo...

Cualquier sitio es bueno para salir pitando; cualquier persona es perfecta para decir adiós.

Anónimo dijo...

Es cierto. Lo difícil es decir hola, estoy aquí. Y más difícil todavía: seguiré estando aquí, cuenta conmigo.

María José Peña dijo...

Siempre buscando, siempre sonriendo, siempre saludando a todos los que vamos de paso. Un espíritu libre al que no podemos encadenar a un sillón, un alma independiente que sabe que ha de seguir su propio camino lejos de todos nuestros convencionalismos, nuestros miedos y nuestras "certezas". Suscribo lo dicho en el blog: Laurance, somos legión los que te echaremos de menos.