13 de mayo de 2008

CINE Y POESÍA

“El nuevo poema lo oiremos con los ojos”
Benjamín Jarnés. La Gaceta Literaria. 1927

Los poetas que nacieron, respetémosles, con el cine, no tardaron en percatarse de lo que supondría para el arte la necesaria imbricación de dos lenguajes, el cinematográfico y el poético que, más allá de la mera hermandad etimológica, compartían y siguen compartiendo hoy una característica común, existir en un tiempo y ser a la vez esencialmente eso, tiempo.
El ritmo, la disposición de los elementos metafóricos y/o figurativos y el poder de la imagen confluyen en ambas modalidades artísticas en un extrañamiento que, lejos de referir cualquier tipo de realidad sensible, tiene como único objeto de conocimiento su propio genoma semiótico, su propia esencia expresiva.
No resulta llamativo, pues, que hasta mediados de siglo, el nuestro, el XX, cine y poesía se consideraran artes con un alto grado de reversibilidad. Así, mientras un poeta como Manuel Altolaguirre, que acabará presentando una de sus películas en el Festival de San Sebastián, llegó a ser, en su exilio mexicano, más conocido como cineasta que como poeta, directores de la talla de Fritz Lang o Abel Gance copaban a su vez las portadas de las más prestigiosas revistas literarias de la época siendo considerados los verdaderos poetas de la modernidad.
En estas circunstancias, películas como L'étoile de mer o La chute de la maison Usher y poemas como los de René Char, Valle-Inclán o Leopoldo María Panero constituyen, sin duda, los mejores ejemplos de esa implicación mutua, de ese compromiso artístico con la verdad. Una verdad que avala, mediante la duda, esa nuestra única certeza:

Al principio nada fue.
Sólo la tela blanca
y en la tela blanca, nada...

Pedro Salinas. Seguro azar (1924-1928)

M.V.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

La tela blanca como un sudario amortajando la luz.

Anónimo dijo...

Menudo pique que os llevais entre vosotros, no hay quien os entienda.

Anónimo dijo...

¿?