20 de abril de 2008

Mil años de oración

Ser crítico de cine se me antoja una de las profesiones más fáciles del mundo. Consiste, básicamente, en poner a parir las películas que gozan del favor popular y exaltar sin mesura las obras lastradas por una acumulación de diálogos pretenciosos y muchos silencios supuestamente elocuentes. Hoy mismo, sin ir más lejos, Boyero, entre exabrupto y regüeldo (¿cómo explicar su inquina hacia los progresistas? ¿habrá descubierto a su pareja follando con uno?), hace un panegírico en toda regla hacia la última película de Wayne Wang, director de la mítica Smoke. Animado por su crítica, la de Boyero, me he ido a verla al Renoir. Ahórrense el viaje. Faye Yu y Henry O se esfuerzan por salvar un guión lleno de aforismos y de frases póstumas, y salen como pueden de la miriada de escenas intimistas escritas por algún jungiano de guardia. Por si fuese poco, la historia se adoba con una iraní que dialoga en su idioma con el actor chino, que a su vez lo hace en el suyo, y un ruso comunista, no se sabe si de antes o después de la perestroika. Menos mal que al salir llovía y el rape con langostinos estaba en su punto. zai4 jian4

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo también tengo la sensación muchas veces de que los críticos y sabios del lugar me toman el pelo más de lo que merezco. Es valiente tu apuesta, compañero, todo el mundo espera de nosotros que repitamos las mismas consignas. C' est fini.

Anónimo dijo...

Mile gracce.