4 de marzo de 2008

LITERATURA

Como la literatura, afirman los príncipes de la falacia, se caracteriza por su capacidad de ejercer como símbolo o representación emblemática de un grupo identitario, la existencia de una historia de la literatura habría de venir irremediablemente motivada por dicho impulso de pertenencia, de incorporación de la población en una comunidad determinada.
Pero, ¿y si en una subversión de los valores, sobre todo de aquellos que caracterizan nuestro más pestilente presente, por ejemplo, apareciera una historia de la literatura sin nombres ni fechas, sin periodos ni movimientos?
El sueño de revestir la nada de materiales pedagógicos cristalizaría, entonces, en algo totalmente ajeno a nuestro acostumbrado zorrerío intelectivo: Gógol sería Ibsen e Ibsen, Lorca. Chaucer ganaría el Nobel, Cervantes se suicidaría y todos los versos escritos de todos los libros escritos serían de Poe.
En esta nuestra genealogía, Dante leería a Tolstoi, Dickens a Malaparte y Rilke a Muñoz Molina. Marlowe sería Shakespeare; Sófocles sería Pound, ninguna lengua tendría patria, ningún poema tendría ritmo, ni métrica, ni rima…
Tan sólo un folio en blanco.
Historia de la Literatura íntima.
M.V.

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